lunes, 1 de diciembre de 2008

Laicidad y liberalismo

Hoy hablamos de un tema que está de moda: laicidad. Con la polémica decisión de un tribunal de retirar, ¡en un colegio público!, los crucifijos. No han faltado clamorosas exclamaciones públicas de dolor, de flagelación a los pérfidos jueces al servicio de la izquierda masona que pretende arrinconar al catolicismo en este país, quemar iglesias y violar monjas. Como si todos fuésemos Almudena Grandes...

Incluso en El Mundo, el debate de la semana se circunscribía a la idoneidad o no de retirar los crucifijos de los centros públicos. Pensé en mandar una carta, como ya me han publicado en otras ocasiones pero viendo la abrumadora mayoría de gente que votaba en contra de la retirada -en torno al 75%- se me quitaron las ganas. Total, al fin y al cabo cualquier impulso de signo laicista iba a ser tomado, por los mismos altavoces de siempre, como un ataque decimonónico a la Iglesia. Esa misma Iglesia que un día se niega a condenar el franquismo, que otro dice que perdonar es olvidar -ambos, en inglés empiezan por 'f', ¿les perdonamos la confusión?- y que al otro dice que querer retirar el crucifijo de centros públicos a los que acuden gentes de todas las confesiones y tendencias ideológicas, es atacar a las creencias de los españoles. ¡Si hasta llegamos al punto de tener que oir que el crucifijo es un signo de libertad contra el totalitarismo! (Martínez Camino dixit). Sólo queda que nos digan que la hoz y el martillo son el máximo exponente del liberalismo o que la rosa socialista representa el pragmatismo y la eficiencia en el Gobierno.

Pero no se libra tampoco el Partido Popular. Nos rasgamos las vestiduras por esta sentencia, refrendamos las posturas del integrismo católico mostrándonos dispuestos a recurrir una sentencia lógica y normal en un Estado aconfesional -lo mismo que laico, pero es que aquí tenemos miedo a tantas palabras...-. ¿Pero de verdad estamos perdiendo el norte? Lo más prudente hubiese sido un discreto silencio, acorde con la legalidad vigente y con esa tan necesaria ambigüedad por la base social ultracatólica que está lejos de ser mayoritaria pero que se ve amplificada por los medios dependientes de la Conferencia Episcopal. Ah...cuántas oportunidades perdidas de comer terreno en la gran masa social de españoles a las que, como a mí, les importa un carajo que haya un crucifijo o no en las aulas. Ahora bien, que me importe un carajo y que no me suponga una cuestión fundamental no implica que no tenga mi propia postura: como buen liberal, radicalmente en contra de su existencia en las aulas públicas.

No quiero que esté no por odio al catolicismo o al cristianismo siquiera -yo me considero creyente, de hecho- sino porque la escuela pública representa a todos y cada uno de los ciudadanos de este país. Porque la escuela pública pertenece a todos los que pagan impuestos en este país y en este espectro de gente existen musulmanes, testigos de Jehová, cristianos de todas las confesiones, ateos, protestantes, etc. ¿Por qué ofrecer primacía a una determinada confesión? ¿Por qué ofertar clases de religión católica o de cualquier otra religión? ¡La formación religiosa a los templos! ¡La formación moral a los hogares! La educación, como cometido científico y formativo, se debe convertir en misión fundamental de los centros educativos.

Crucifijos, velos musulmanes, kippahs...Son todos ejemplos de una religión en un centro público, no dominado por la confesionalidad. Si permitimos que un crucifijo presida la clase, ¿qué nos impediría que un musulmán interrumpiese la clase para efectuar su rezo correspondiente, que entrara una chica cubierta completamente o que exijiésemos la separación por sexos en las clases? Nada.

Si de mí dependiera, la única imagen que presidiría las clases sería la foto del Jefe del Estado, Su Majestad el Rey o Presidente de la República en el caso futurible de que en España, por fin, tuviésemos una República de todos los españoles.

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