miércoles, 12 de noviembre de 2008

Nuestra...propiedad

Aviso: la entrada de hoy es trascendental. Si había algún navegante habituado a soportar mi retórica oscura y pesada hablando sobre temas políticos y poniendo a caldo a este país, puede darle a "Atrás" en el navegador.

El otro día ocurrió que un amigo cometió la perfidia de ver cómo su preservativo se rompía en una relación sexual, ante el imperdonable error de no acudir a un centro de planificación familiar o a urgencias a solicitar la 'píldora del día después', tenemos ahora la cuestión de si próximamente tendré a un amigo padre o no. En ascuas estamos cuando me dio por reflexionar acerca de los hijos. La paternidad es bonita, pensaba. ¿Por qué no? Has cumplido el objetivo fundamental de esta vida, expandir tu semilla y estirpe en la especie. Al fin y al cabo somos animales.

Pero...pensaba cómo ser un buen padre. Habitualmente a esta edad achacamos a cualquier figura de autoridad multitud de defectos. Y entre los defectos habituales a esta edad nos encontramos con el que achacamos a la figura paterna -y materna, claro; pero empleo el término paterno para hablar de padres, indistintamente al género- destaca principalmente la imposición de normas y reglas. Rechazamos cualquier tipo de autoridad y de marco de sentido común más allá del que nos autodeterminamos a nosotros mismos. Somos, pues, el exponente del individualismo elevado a su máxima exponencia. Esta cuestión es bastante curiosa y me gustaría desarrollarla en futuras entradas.

La cuestión deriva en que realmente, adultos y adolescentes no nos solemos situar en la horizontalidad necesaria para un diálogo. La verticalidad y la idea de posesión de nuestros hijos impide, cada vez más, la recolección del diálogo intergeneracional. Arrastrando la concepción de paternidad de toda la Historia y de toda la Humanidad hemos adquirido el hábito de decir "mi hijo" y, al ser "mi hijo" tengo derecho a todo de él, a que me obedezca en absolutamente todo y que asuma todos mis valores, preceptos y gustos. Si es posible que "mi hijo" me salga tal cual yo quiero, cual burda copia de mí; seré feliz.

Esta concepción de la propiedad de nuestro hijo se manifiesta en multitud de aspectos cotidianos de nuestra vida. Nos escandalizamos al ver contenidos sexuales a las seis de la tarde, ignorando los contenidos violentos del telediario. Nos escandalizamos de que la juventud haga botellón, ignorando los precios a pagar en bares y discotecas -amén de la dudosa calidad alcohólica de las bebidas servidas-. Aspiramos a controlar, tutelar, dirigir a nuestros hijos sin solicitar, en la mayoría de casos; su mera opinión. En multitud de ocasiones los conflictos padres-hijos no se derivan de cuestiones fundamentales sino en cuestión de matices como horarios, amistades. En los casos que conozco, no se suele dudar de la autoridad paterna o de su importancia en el desarrollo de una etapa complicada de nuestra vida como es la adolescencia.

Este conflicto se extiende al instituto y a la concepción que políticos y dirigentes tienen de la juventud. La concepción dirigista se plasma en la ausencia de una verdadera motivación por hacernos libres. La clase política hace suyo el lema nazi de "el trabajo os hará libres" y nos encauza hacia una especie de matadero social que supone nuestra incorporación al mundo de adultos. La exigencia de responsabilidades y obligaciones propia de gente adulta y madura se contrapone, como no podría ser de otro modo, con la negación de derechos fundamentales y la cesión del ejercicio de los mismos a la benevolencia de la burocracia de turno.

En general, la juventud sigue siendo propiedad de nuestros mayores. Los altos puestos de la Administración, las finanzas y, en definitiva, los círculos del poder están copados por una gerontocracia que por honores y prebendas se reserva tales sillones. La juventud es, al contrario, la 'muchachada' joven e inexperta que jamás sabrá nada hasta convertirse en ese reducido círculo de gerontócratas.

En definitiva, rompamos las cadenas de la propiedad de nuestra moral y nuestro futuro. La juventud, la 'muchachada' no está en manos ni de sus tutores ni de sus dirigentes. Somos el futuro de cualquier país y sin nosotros, cualquiera se derrumbaría. ¿Qué necesitan, pues, para que nos oigan de una vez?

Quizás, sólo quizás; tener cabeza.

1 comentarios:

Miguel dijo...

Siempre he suscrito la máxima moral de que los alumnos deben obligatoria y necesariamente superar a sus mayores (padres, profesores, tutores,...)porque en caso contrario no hay progreso. Y esto es así aunque sólo sea por egoismo.
Ser rebelde es uno de los caminos para conseguir esa meta; no acptar las normas porque sí, o por tradición. Pero igualmente lo es la reflexión serena y distanciada de los problemas; a veces estar muy cerca de los árboles impide ver el bosque.
Cuando un mayor hace o dice algo a un joven,lo hace creyendo que es por su bien, y no sólo para fastidiar o menospreciar. Y si queremos entender verdaderamentee su punto de vista hay que tratar de ponerse en el sitio del otro.
Saludos.