lunes, 17 de noviembre de 2008

Como decíamos ayer

No soy rico, millonario. No soy un pobre, un proletario y ni siquiera llego a la mágica clase a la que muchos desean pertenecer del lumpenproletariado, con ese aura de romanticismo y de sufrimiento cristiano. No, en lugar de ello soy un blogero más, perteneciente a esa clase media de españoles y de occidentales que forma la espina dorsal de los países. Y como decíamos ayer, al tercer día resucitó.

No me gusta volver a tratar temas de los que ya he hablado, bajo ningún concepto. Tampoco me gusta entrar en polémicas 'bloggeras' porque suelen conducir a ofuscarse en un mismo tema y tender a desoír argumentos. Esta vez lo intentaré, y lo intentaré con un análisis en profundidad más allá de los lugares comunes -qué mala es la globalización, macho; si es que sólo crea pobreza- y del griterío que se suele encontrar entre 'trolls' de ambos lados: los furibundos de la globalización y los furibundos de levantar nuevas barreras económicas entre los países. Como decía 'Anónimo', no menciono en ningún momento los beneficios de un mundo capitalista 100%. Evidentemente no los menciono, porque en ese mundo, salvo excepciones como Cuba, Venezuela en proceso y algún otro país alejado de la mano de Dios que haya por ahí; vivimos en un mundo capitalista. Pero no, yo no aspiro a algo ya logrado; yo aspiro a un mundo global, a un mercado global y a un mundo sin fronteras de ninguna clase.

Y como entiendo que la apertura de las fronteras y el derribo de las mismas sólo es posible gracias a una globalización que respete nuestros derechos económicos y sociales, soy un defensor a capa y espada de la globalización, ¡pero no de la que vivimos actualmente! A pesar de sus logros, hemos de ahondar en ella. Y me limitaré a nombrar varios de dichos logros.

Xavier Sala i Martí -tan listo en lo económico y tan perdido en lo político- en "The World distribution of Income: Falling Poverty and Convergence Period" -podéis leerlo aquí en inglés- demuestra que el número de pobres en los años 80 se cifraba en 1.200 millones de personas, cuando la población mundial total en dichos años se estimaba en torno a 4.400 millones de personas lo que daba un preocupante porcentaje de un 27% de población en bajo el umbral de la pobreza. Veinte años después, asistimos a la no menos preocupante existencia de 800 millones de personas en el umbral de la pobreza bajo los 6.000 millones de seres humanos que somos ahora aproximadamente. El porcentaje se ha reducido en 14 puntos hasta el 13% de pobres mundiales. Desde los años 80 a nuestra época se ha asistido al derrumbe de importantísimas fronteras económicas mundiales -la caída del Bloque Soviético, la apertura del sudeste asiático y de Hispanoamérica, etc- y la definitiva emergencia de potencias regionales como Sudáfrica, Brasil o la India llevan aparejados, necesariamente, su mayor integración en los mercados internacionales. De hecho, en los quince países con mayor libertad económica destacan países como Chile, Hong Kong y Singapur; países cuya décila demográfica inferior no posee un poder adquisitivo neto inferior a 7.000 dólares anuales -según datos del Informe Anual sobre Libertad Económica en el mundo del año 2004- lo que supone un poder adquisitivo mucho mayor que países adalides del socialismo del Siglo XXI como es el buque insignia venezolano, cuyo poder adquisitivo per cápita se sitúa, en el año 2008 se sitúa en aproximadamente 8.500$ de promedio, lo que no supone un alejamiento demasiado significativo si tenemos en cuenta que para el año 2008, Chile supera en algo más de 1.000$ el poder adquistivo de Venezuela, hasta situarse en los 9.879$ anuales por cabeza.

Sin embargo, pese a ejemplos regionalizados, la globalización es mucho más que una mera discusión de cifras y de competiciones entre países para llegar a tener un PIB per cápita mayor -al cual realmente tendríamos que sumar gastos en sanidad, transferencia de rentas del Estado, etc. y, evidentemente, no tengo los recursos para tal ingente trabajo de estadística-. Realmente, esto se traduce en si la globalización crea pobreza, crea riqueza y si la distribuye eficazmente -aunque la distribución de la riqueza es un tema polémico del cual debemos replantearnos las bases-. Para muestra de ello, dos botones.

China, una de las peores dictaduras del mundo -que abrace el libre mercado no implica que se deba aplaudir la defenestración de derechos fundamentales- sin embargo ha sido paradigma en su desarrollo económico a merced de la apertura comercial. En 1920, más del 40% de su población sobrevivía con menos de un dólar al día. En el año 2000 -a falta de datos más recientes- dicho porcentaje se ha reducido a un 4%. Si lo analizamos a nivel regional, con datos del Banco Mundial y su informe del año 2002 sobre evolución histórica de la pobreza desde 1981, mientras que en Asia del Este y el Pacífico el porcentaje de población que sobrevivía con menos de dos dólares al día se ha reducido de un BRUTAL 84'8% de la población a un 40'7%. Aunque esa cifra de gente sigue siendo importante -países como Birmania, Vietnam o Camboya siguen oponiéndose cerrilmente a abrirse al comercio internacional aunque tímidamente los dos últimos hagan progresos en dicha dirección- es significativo ver cómo se ha reducido a la mitad, y si sólo realizamos la estadística con el porcentaje de gente con menos de un dólar al día, en 1981 existía un total de 57'7% de personas con menos de un dólar al día -el umbral establecido como pobreza extrema por la propia ONU- mientras que a fecha del 2002 el porcentaje se redujo hasta un 11'1%.

Por contra, la pobreza ha aumentado principalmente en países del África Subsahariana, precisamente aquellos que dilapidaron los cientos de miles de millones de dólares durante los cincuenta, sesenta y setenta hasta embarcarse en fratricidas guerras post-coloniales, sin favorecer la existencia de la seguridad jurídica -por no existir, no existe ni seguridad sobre la propia vida- y siendo los verdaderos paraísos de la corrupción mundial.

Y si hablamos de la propia distribución de la riqueza, no podemos evitar hablar de Corea del Sur. Desde 1980, este país del sudeste asiático se ha ido incorporando progresivamente al circuito internacional comercial con el resultado de especializarse en productos electrónicos y en la industria automovilística -ambas con un importante valor añadido potencial-. Así, en la década de los 70, Corea disfrutaba de un PIB per cápita aproximadamente de la mitad del que disfrutaba México -la época dorada del populismo del PRI-; país tradicional a ser incluido en el Primer Mundo. Treinta años después, en el año 2000, el PIB de Corea del Sur duplicaba al de México -siendo la economía mejicana unas de las que a mayor ritmo ha crecido en los últimos años, si bien hasta la NAFTA no se incorporó plenamente en las estructuras comerciales internacionales-. A datos del año presente, Corea del Sur disfruta de un PIB per cápita de 19.750$ mientras que, al contrario, México se estanca en los 8.478$ tras sus reticentes posturas respecto a la integración comercial regional.

Nada de esto, sin embargo, es posible defender sin un retorno a la globalización del Siglo XIX tan denostada por 'Anónimo'. En un estudio histórico observamos cómo las fronteras nacionales no adquieren su verdadero sentido de límite del tránsito humano hasta la Gran Guerra, en la que las disensiones económicas posteriores al brutal reordenamiento político y económico mundial no promovieron dicha visión de poner coto a las migraciones humanas. A lo largo del Siglo XIX, sin embargo, la exportación de mano de obra de Europa a regiones del Nuevo Mundo fue constante -algo que explica la elevación del nivel de vida del obrero europeo desde la segunda mitad del Siglo XIX-. Al contrario de lo que se piensa, ante la disminución en cerca de un 22% de la masa obrera europea en el Siglo XIX, los salarios aumentaron de forma muy significativa y ante el aumento de la productividad en el Nuevo Mundo, los salarios reales de los trabajadores emigrados pudieron sostenerse en un límite similar al aumento que gozaron los trabajadores europeos.

La globalización, entendida como libre tránsito de capitales en dirección Norte-Sur es insostenible a largo plazo -como no parece querer ver Anónimo, ciñiéndose a unas posturas meramente destructivas del sistema librecambista- en tanto no se liberalice, también -y progresivamente- el flujo de migraciones humanas y de productos en dirección Sur-Norte. Uno de los grandes males de la globalización actual -aún con algunos de sus beneficios descritos muy sucintamente- es el flujo de capital excedente de Europa hacia sus antiguas colonias mientras que éstas ya no poseen una reclamación efectiva de capital sino que, al contrario, desean exportar la mayor parte de manufacturas posibles y ampliar su mercado, tal y como hizo Europa a lo largo del Siglo XIX y primera mitad del Siglo XX.

En tanto que el flujo de personas, capitales y productos no se liberalice de forma indistinta en ambas direcciones, probablemente la Globalización siga reduciendo la pobreza en distintos frentes globales pero, a largo plazo, llegaremos a un nuevo 'crack' del sistema por la existencia inenarrable de una gran masa de pobres que se han quedado al margen de la globalización. Aquellos países que no se integren antes de que sea demasiado tarde en el tren de la globalización probablemente acaben como las reservas de salvajes descritas en 'Un Mundo Feliz' y, ¿acaso es ello conveniente para la propia globalización? Otro día hablamos, si queréis, de las posturas relativas a la pobreza y a las formas de salir de ella de aquellos países sin una ventaja comparativa clara.

0 comentarios: